viernes, 29 de octubre de 2010

Esperando al primer cliente del día

Cuando trabajé en una tienda de Andorra, allá por mis mocedades, me traje en mi mente cómo no atender a la gente. Si. No cómo atender adecuadamente, sino como no hacer las cosas si quería tener clientes habituales y fieles.

Allá los presuntos compradores aparecían con el ánimo de informarse de precios y tras recorrer todos los bazares, volvían al que mejor precio les había propuesto. Tras eso, las sorpresas. Mala atención para un mal plan, porque yo, nosotros, sabiendo de qué iba la historia siempre dábamos el mejor precio para que volvieran a nuestra casa. Eso desarrollaba en cada uno de nosotros un instinto "pirata". Más en unos y en menor medida en otros, como yo, que nunca me sentí a gusto con esas estrategias que por otro lado los clientes se buscaban ellos mismos.

El perverso efecto de ambas actitudes promovía actitudes de engaño: el cliente esperando rebajas sustanciales que no existían y nosotros provocando su vuelta para cerrar la venta. Alguien entraba pidiendo una videocámara en sistema SECAM y le vendíamos una en PAL porque no las habíamos recibido aún. El cliente volvía cabreado la semana siguiente y nosotros con una sonrisa, le hacíamos el cambio por la adecuada. El contento y nosotros con la venta cerrada. Pero eso era lo de menos: pedían el mejor precio y se lo dábamos. Luego cuando volvían , hartos de caminar y esperando ese mejor precio prometido, descubrían que les estábamos vendiendo lo que ellos querían, si, pero por piezas, cargador, baterías, cables, etc. aparte. Ellos se lo habían buscado, no puedes regatear hasta el infinito, las cosas tienen un precio y poco pueden variar de una tienda a otra.

Otro perverso efecto se producía por las noches, cuando volvíamos a casa, ya con todas las tiendas cerradas. De camino íbamos mirando la basura de cada tienda. ¿porqué? Pues porque nadie se llevaba la caja de nada para intentar pasar la frontera "contrabandeando" sus compras y eso hacía que todos supiéramos lo que había vendido cada uno. Si sumas las dos cosas, te dabas cuenta que Pepito había vendido la minicadena de aquel pesado, que Juanito había vendido aquella cámara fotográfica que nosotros no le llegamos a vender a aquel matrimonio de Barcelona, y así hasta que llegábamos a casa, sabiendo que mañana debíamos ajustar este o aquel precio.

Raza negociadora donde las haya aprendí que eran los hindúes. Impecables en el trato dominaban el arte del conocimiento del cliente y controlaban su negocio en su propia cabeza. Impresionante conjunto de cosas que hacía que mucha gente confiara antes en ellos que en otros... o no confiaran, pero que acabaran creyendo que eran los únicos que podían tener cosas baratas en aquel país. Como los "chinos" de ahora que por ser eso, chinos, tienen que tener siempre cosas baratas y eso no es así.

Eso si, los hindúes hacían un interesante ritual al abrir la tienda destinado a tener un buen día, unas buenas ventas y un buen de todo y luego esperaban al primer cliente, al que era fundamental, para acabar el rito, venderle. Cualquier cosa y a cualquier precio razonable, pero no se podía ir sin comprar.

Buenas ofertas (no gangas) pude encontrar aprovechando esa "pequeña" debilidad, sabiendo lo que valía en España una radio muy especial y hasta dónde podía llegar yo con mis ahorros.

Yo también espero ahora, mi primer cliente, cada día, al que intento convencer para que me haga gasto. Sé como tengo que hacerlo para que no vuelva y no confíe en mi, así que hago lo contrario de lo que me enseñaron y claro, vuelven contentos y confían.

Lo que ya no puedo hacer es ver la basura. Me tengo que imaginar lo que han vendido los demás... si lo han hecho. De todos modos... nadie más tiene aquí lo que yo vendo. Si no lo hago yo no lo hace nadie. Guay.


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