sábado, 15 de enero de 2011

Cuentos

Vuelvo a enchufar una película en mi ordenador. Estas tardes de invierno se hacen muy laaaaaargas y hay poco que hacer cuando todo lo llevas, ya no al día, si no lo siguiente.

Vuelve a ser una cinta que me sé de memoria, así que no estoy pendiente de ella, salvo en momentos puntuales en los que me gusta recrearme. Si me interrumpen no me importa y si es necesario retrocedo y punto. ¡Ves! Como ahora que he tenido que irme de aquí durante veinticinco minutos.

La escogida hoy es "El viaje de Chihiro", otra de dibujos que podría pasar por infantil si no fuera porque yo encuentro que se disfruta mucho más siendo adulto.

Ya me pasó una vez algo parecido a ésto.

Mi padre era directivo de una gran empresa y recibiamos todas las navidades muchísimos obsequios de los proveedores. Como lo que gestionaba económicamente mi padre era una red de supermercados que conformaban los economatos para los empleados de ciertas grandes empresas, los obsequios de los proveeedores generalmente eran productos de consumo: vinos, cavas, langostinos, jamones, turrones... ¡ya os podeis imaginar que fiesta!. Bueno, otros que enviaban sus presentes navideños eran los bancos y sistemáticamente le enviaban libros, generalmente magníficos, de museos o pinacotecas de todo el mundo. Pero una vez un banco se atrevió a enviarle un cuento. Si, grande, delgadito, de tapas duras, con dibujos a plumilla que ocupaban ámbas páginas abiertas y con unas pocas líneas de texto para leer. La apariencia era totalmente la de un cuento infantil, tanto por fuera como por dentro.

No recuerdo exactamente cómo ni cuando pero ese libro acabó con los míos. Sé que lo leí la primera vez y me pareció una historia curiosa pero mortalmente aburrida y sin interes, así que aparqué el libro en mi biblioteca.

Cuando llegaron las navidades siguientes, al ir recibiendo los regalos habituales, recordé el cuento del año anterior, así que lo desenpolvé y me lo volví a leer.

¡Cielos! ¿Había cambiado la historia? No, era la misma y el mismo cuento del año anterior. ¿Qué habia pasado? Pues que yo había crecido y ahora la historia me parecía muy interesante y hasta me parecía que los dibujos la complementaban magníficamente.

Le volví a ofrecer el libro a mi padre, indicándole que realmente la historia era muy buena con unos conceptos sociales muy adultos, pero me lo volvió a endosar a mí otra vez.

Ésta segunda vez consideré, a todos los efectos, que ya era definitivamente mío. De cualquier lugar entre mis libros, pasó a estar a mano para leerle y releerle antes de irme a dormir. No todos los días, pero si habitualmente.

De todo ésto saqué dos conclusiones: que no todo lo que tenga apariencia de infantil lo es y que hay mensajes que sólo son capaces de hacerse un camino en nuestras mentes a determinadas edades y no en cualquier momento de nuestras vidas.

El libro lo recuerdo perfectamente y aún debe estar en la casa de mis padres, esperando volcar su mensaje en una mente en su adecuado punto de madurez, y es que, realmente y como le paso a mi padre, lo dejé de necesitar.

Éste es exactamente mi libro. Pulsa aquí para ver una reseña.

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