viernes, 26 de noviembre de 2010

Las veinte horas y treinta y cuatro minutos.

Cuando se aproximan las nueve de la noche ya tengo ganas de llegar a casa. Se acaba la jornada y el ambiente se empieza a relajar. Mi cabeza ya piensa en ir recogiendo las cosas, guardar archivos, parar el ordenador...

Los niños ya estarán bañados y dispuestos para cenar con todos los deberes hechos y todo su plan de actividades concluido hasta mañana.

Ahora mismo estarán haciendo la cena y preparando la mesa mientras porla casa resonarán las voces de alguna serie de Disney Channel.

Esta noche toca pescado, ensalada y patatas fritas. Fruta y Cola-cao calentito.

El ordenador, conectado a internet, mostrará la página del FaceBook de alguien porque yo aún no he llegado y apuran hasta el último instante.

Ya son las veinte horas y cuarenta minutos.

Una cena de cinco personas es algo divertido. Todos pugnan por contar su día, su aventura, incluso la más pequeña levantará su manita, como siempre, y dirá:

- ¡Ahoda yo!¡Ahoda yo!

Y ella también explicará con su incipiente parloteo que ha coloreado algo en el cole o que ha comido puré.

Hay veces que no te apetece, que el cansancio pesa en tu cuerpo, pero estos momentos son espléndidos.

Tras la cena, la pelea para que todos se vayan a la cama. Al final, tras algún cuento, todo será silencio.

Las veinte y cuarenta y cuatro.

El reloj avanza imparable pero lento.

A la vista ya tengo las llaves y los candados para cerrar. Acabo de abrir el maletín para guardar mi portatil, mi compañero fiel. Me pongo la chaqueta, recojo la caja y me calo unos tibios guantes porque hace frio por aqui.

Las veinte y cincuenta y dos.

Buenas noches y hasta mañana.

Guardo este archivo y apago el ordenador cuando son las veintiuna horas.

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