De paseo con su familia, se ha detenido a hablar conmigo:
- ¿Tu eres de aquí? - me ha preguntado
- Bueno - le he contestado - estoy relacionado con alguien que a lo mejor sí que conocías, el abuelo Pedro, el "Mellizo", uno de los panaderos del pueblo.
Su cara se le ha iluminado y ha retrocedido a sus años juveniles. Él y Pedro se llevaban pocos años.
Cuando se ha ido me ha dejado en la cabeza los recuerdos de un Pedro lúcido, encorvado, que con su garrota y su boina alegraba muchos momentos familiares.
Recuerdo largas conversaciones con él sobre cómo hacer el pan, sus aventuras con los inspectores de abastos, su extensiva jornada laboral, su guerra civil... relatos de otros tiempos que parecían referidos a otros países y otras gentes. Y no era así. Eran el abuelo Pedro y la abuela, a la que yo ya no llegué a conocer, los protagonistas de todas y cada una de las historias.
Si yo le comentaba lo duro que era levantarse a las cinco de la mañana para trabajar, el me contaba que a las cinco él ya estaba casi haciendo el almuerzo, tras más de cinco horas de duro trabajo.
Cuando hablábamos de los sacos de harina y me decía que en su época eran de cien kilos yo no era capaz de entender cómo los movían ¡con lo me costaban a mi los de cincuenta!
A los dos nos encantaba hablar del pan. Cómo se amasaba, como subía casi como por arte de magia y esos sabores... yo le intentaba traer cada día una barrita sin sal que tenía un feo aspecto por ello y él se la comía pensando, supongo, lo poco que tenía que ver con "su" pan, el pan que él había hecho toda su vida.
Una de las historias que recuerdo más claramente fue ésta:
Iban él y sus amigos en un carromato a buscarse la vida por los pueblos vecinos (supongo que a la siega o algo así) cuando decidieron parar en una panadería a comprar alguna hogaza de pan que hecharse al estómago. Un joven Pedro saltó del carro y se encaminó al establecimiento. En él entabló una conversación dilatada con el propietario.
Pasó el tiempo y los amigos, ante su demora, bajaron también:
- ¿Que le entretendrá? - debieron pensar.
Cuando entraron le vieron con las labores del pan y les dijo algo así como:
- Marchad, marchad, que yo ya he encontrado trabajo y me quedo aquí.
- ¿Tu eres de aquí? - me ha preguntado
- Bueno - le he contestado - estoy relacionado con alguien que a lo mejor sí que conocías, el abuelo Pedro, el "Mellizo", uno de los panaderos del pueblo.
Su cara se le ha iluminado y ha retrocedido a sus años juveniles. Él y Pedro se llevaban pocos años.
Cuando se ha ido me ha dejado en la cabeza los recuerdos de un Pedro lúcido, encorvado, que con su garrota y su boina alegraba muchos momentos familiares.
Recuerdo largas conversaciones con él sobre cómo hacer el pan, sus aventuras con los inspectores de abastos, su extensiva jornada laboral, su guerra civil... relatos de otros tiempos que parecían referidos a otros países y otras gentes. Y no era así. Eran el abuelo Pedro y la abuela, a la que yo ya no llegué a conocer, los protagonistas de todas y cada una de las historias.
Si yo le comentaba lo duro que era levantarse a las cinco de la mañana para trabajar, el me contaba que a las cinco él ya estaba casi haciendo el almuerzo, tras más de cinco horas de duro trabajo.
Cuando hablábamos de los sacos de harina y me decía que en su época eran de cien kilos yo no era capaz de entender cómo los movían ¡con lo me costaban a mi los de cincuenta!
A los dos nos encantaba hablar del pan. Cómo se amasaba, como subía casi como por arte de magia y esos sabores... yo le intentaba traer cada día una barrita sin sal que tenía un feo aspecto por ello y él se la comía pensando, supongo, lo poco que tenía que ver con "su" pan, el pan que él había hecho toda su vida.
Una de las historias que recuerdo más claramente fue ésta:
Iban él y sus amigos en un carromato a buscarse la vida por los pueblos vecinos (supongo que a la siega o algo así) cuando decidieron parar en una panadería a comprar alguna hogaza de pan que hecharse al estómago. Un joven Pedro saltó del carro y se encaminó al establecimiento. En él entabló una conversación dilatada con el propietario.
Pasó el tiempo y los amigos, ante su demora, bajaron también:
- ¿Que le entretendrá? - debieron pensar.
Cuando entraron le vieron con las labores del pan y les dijo algo así como:
- Marchad, marchad, que yo ya he encontrado trabajo y me quedo aquí.
Y allí le dejaron sus amigos.
Todos sus nietos le recuerdan en su carro, a la puerta del colegio, vendiendo sus barras para el bocadillo durante el recreo escolar. Ellos se subían al carro con él y con orgullo infantil decían: ¡es mi abuelo!
Seguro que desde que está con él, Dios tendrá el mejor pan del mundo, el del abuelo Pedro.
Todos sus nietos le recuerdan en su carro, a la puerta del colegio, vendiendo sus barras para el bocadillo durante el recreo escolar. Ellos se subían al carro con él y con orgullo infantil decían: ¡es mi abuelo!
Seguro que desde que está con él, Dios tendrá el mejor pan del mundo, el del abuelo Pedro.
Mi abuelo Pedro era alguien muy especial. Tú no conociste a mi abuela y yo les recuerdo a los dos del brazo siempre juntos caminando por san martín. Fueron abuelos de los que quieres con toda el alma y de los que te dejan una huella imborrable en el corazón. A nosotros nos contaban historias de cuando el baile, cuando iban a lavar al río ... y un día mueren y el tiempo sigue pasando y no se entiende cómo puede ser que las cosas sigan rodando. Ellos, mis abuelos, son fundamentales en mi infancia. Un amor sin condiciones y sin los rollos de los padres. Ellos son, para mí, el claro ejemplo de lo que son los abuelos. Mis abuelos!
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