Hacía mucho tiempo que no me tomaba nueve días de vacaciones como las de este año. Lo mío son las escapadas de fin de semana, alargadito, eso sí, de viernes a lunes. De estas si que hago unas cuantas al año.
Disponiendo de una "roulotte" (un remolque vivienda o caravana) como es mi caso me es muy fácil y barato permitirme algunas de estas salidas.
Parques nacionales como el de Cabañeros, la playa de Oliva o Javea, lugares con encanto como La Vera, ... son destino de nuestras escapadas nómadas con la casa a cuestas.
Durante estos días en que mi blog se ha convertido en una crónica de mis vacaciones, he intentado mostrar algunos de los matices de la vida en un camping. Vida que me ha fascinado desde mis dieciocho añitos, verano aquel en el que agarré mi tienda canadiense, mi mochila y poco más y me fui de acampada, solito, a la Costa Brava, sin teléfonos móviles ni tarjetas de crédito. Tengo unas cuantas primaveras más y vivo cada acampada como aquella primera.
Mi recuerdo de aquella "aventura" es sólo uno: la soledad. La viví tan intensamente que marcó en mí un antes y un después. Me fui solo, estuve solo y volví solo. Viví en mi interior como nunca antes lo había hecho, atareado siempre en múltiples actividades y rodeado permanentemente de gente: trabajaba en una tienda, participaba en una radio local y era miembro del cuerpo de bailarines de un grupo consolidado. Gente y más gente. Y allí disfruté de mis primeros quince días con "mi" soledad.
Ahora (gracias a Dios) ya no voy solo, pero en las noches de acampada la vuelvo a encontrar y me recuerda que está ahí y que siempre lo estará, para cuando la necesite.
¡Es curioso! volvemos de ésta y ya estamos planificando una escapadita en octubre a Jarandilla de la Vera, si las circunstancias lo permiten. Será que a toda mi familia le gustan esos días "nómadas".
El pueblo de mi amiga Prado,:)
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