martes, 1 de febrero de 2011

Don Álvaro de Luna, Condestable de Castilla, Conde de Santiesteban y Gran Maestre de la Orden de Santiago.

El otro día unos visitantes del castillo, al comentarles que fue levantado por orden de Don Álvaro de Luna, Condestable de Castilla, me dieron a entender que nunca fue una buena persona.

Yo me plantee prepararle un artículo y al final van a ser dos, para que vosotros mismos saqueis conclusiones.

El papel interpretado por Álvaro de Luna ha sido juzgado de diversas formas. Para unos se trataba simplemente de un ambicioso favorito, en búsqueda constante de su propio interés. Para otros, fue un fiel servidor de su rey, esforzado en reforzar la autoridad de la corona, la cual era, en Castilla, la única alternativa a la anarquía. Por supuesto que buscó su propio beneficio, pero su supremacía fue sin duda mejor que el dictado de los avariciosos nobles.

A partir de su huida nocturna junto al rey desde Talavera de la Reina al castillo de Montalbán, en noviembre de 1420, cuando tras el golpe de Tordesillas había quedado aquél poco menos que preso de su primo Enrique de Aragón y hasta la pérdida de la confianza del rey en 1453, Álvaro de Luna fue la figura central de la Castilla de su época. Era un periodo de conflicto constante provocado por tornadizas coaliciones de nobles que, bajo el pretexto de liberar al rey de la perniciosa influencia de su favorito, realmente trataban de convertirle en una marioneta que sirviera a sus propios intereses. Frente a los infantes de Aragón y la gran nobleza terrateniente, Álvaro de Luna forjó una alianza con la pequeña nobleza, las ciudades, el bajo clero y los judíos (Don Abraham Benveniste), que se oponían a la oligarquía nobiliaria castellana y a los Infantes de Aragón, que defendían los tradicionales intereses políticos y económicos de su familia en Castilla.

Pero, empecemos por el principio.

Álvaro de Luna nació en Cañete, Cuenca, en 1390. Era hijo natural de Álvaro Martínez de Luna, un noble castellano y de María Fernández de Jarana (La Cañeta). Fue introducido en la corte como paje por su tío Pedro de Luna, arzobispo de Toledo, en 1410. Álvaro aseguró pronto una gran ascendencia sobre Juan II, entonces un niño. Durante la regencia del tío del rey, Fernando, que terminó en 1412, no pudo ascender más allá del puesto de sirviente. Cuando, sin embargo, Fernando fue elegido rey de Aragón, tras el Compromiso de Caspe, la regencia quedó en manos de la madre del rey, Catalina de Lancáster, hija de Juan de Gante, nieta de Pedro el Cruel, una mujer alocada y disoluta.

Álvaro supo maniobrar para convertirse en una persona muy importante en la corte y para que el joven rey le tuviera en una alta consideración (que la superstición de la época atribuyó a un hechizo). No obstante, dados los ambiciosos e inescrupulosos nobles que le rodeaban, entre ellos sus primos los Infantes de Aragón, don Juan II de Navarra y don Enrique de Aragón, hermanos de Alfonso V de Aragón, es bastante comprensible que depositara su confianza en un favorito que tenía todas las razones del mundo para permanecer fiel al rey. Álvaro era también un maestro en todos los talentos que el rey admiraba: era un aceptable caballero, un habilidoso lancero, buen poeta y elegante prosista.

En ese sentido, Álvaro de Luna escribió, por ejemplo, el libro "Virtuosas e claras mujeres" en defensa de éstas y contra cierto moralismo misógino popular de la éspoca relatado en "El Corbacho o Pere Torrelas". Este libro de Don Álvaro de Luna ha sido recuperado y publicado en 2008 a partir de la edición crítica de sus cinco testimonios manuscritos por ed. Lola Pons Rodríguez, Fundación Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, ISBN 978-84-935774-7-6

Contrajo un primer matrimonio en 1420 con Elvira de Portocarrero, hija de Martín Fernández Portocarrero, Señor de Moguer y III Señor de Villanueva del Fresno y de Leonor Cabeza de Vaca, unión con la que no tuvo descendencia. De todos modos, estando casado con Elvira, tuvo una hija natural con Catalina: María de Luna, señora de Cornago. El 6 de agosto de 1436, el rey Juan II de Castilla despachó una cédula de legitimación a favor de María de Luna, hija del Condestable y Catalina

La historia de Álvaro de Luna es una constante de expulsiones de la corte por parte de facciones victoriosas, y su retorno cuando la facción vencedora se disgregaba. De hecho, en uno de sus momentos de gloria, en 1423, logró que el rey abriera un proceso amañado al Condestable Ruy López Dávalos aprovechándose de su huida a Aragón por su apoyo a Enrique, para apropiarse de su patrimonio y títulos. Por el contrario, también fue, a su vez, solemnemente expulsado y desterrado a Ayllón en 1427 por los Infantes de Aragón y una coalición de nobles descontentos con su favoritismo; sólo para hacerle volver a la Corte un año después. Álvaro de Luna culminó de forma victoriosa una larga guerra con Aragón, iniciada en el verano de 1429, expulsando a los infantes aragoneses de Castilla.

Después de enviudar de Elvira de Portocarrero, tuvo un hijo natural en Margarita Manuel, viuda de Diego García de Toledo Barroso: Pedro de Luna, señor de Fuendidueña.

Es en 1430 que contrae nuevo matrimonio, en Calabazanos, con Juana Pimentel, «la triste condesa», condesa de Montalbán hija de Alfonso Pimentel Enríquez, III Conde de Benavente, y María de Quiñones. De este matrimonio nacieron: Juan de Luna y Pimentel y María de Luna y Pimentel.

En 1431, se esforzó en emplear a los inquietos nobles en una guerra para reconquistar Granada. Aunque hubo algunos éxitos (batalla de La Higueruela), era imposible una política consistente dado el carácter levantisco de los nobles y la indolencia del propio rey. Se dice, según unos, que no conquistó Granada por el terremoto de Atarfe, según otros porque fue sobornado por los moros para que no conquistara la ciudad, entregándole un carro repleto de higos, cada uno de los cuales ocultaba una moneda de oro.

En Febrero de 1434 adquiere, de manos de los monjes del monasterio de Santa María de Valleiglesias, el dominio de San Martín de Valdeiglesias por 30.000 maravedíes y se inicia la contrucción del actual Castillo.

En mayo de 1445, la facción de los nobles aliada con los principales enemigos de Don Álvaro, los Infantes de Aragón, fue derrotada en la Primera Batalla de Olmedo. Allí, el Infante Don Enrique de Aragón fue malherido en una mano -de cuya infección falleció al poco-  y el favorito Don Álvaro, que había sido nombrado Condestable de Castilla y Conde de Santiesteban en 1423, le sucedió en su título de Gran Maestre de la Orden de Santiago. 

En ese momento, su poder parecía incontestable. Sin embargo, se basaba en el afecto que le dispensaba el rey. Eso cambió cuando la segunda esposa del rey, Isabel de Portugal, madre de Isabel la Católica, temerosa del inmenso poder del condestable, conocedora de sus intrigas, abusos y ciertos asesinatos dispuestos por él, urgió con insistencia a su marido a prescindir del favorito. En 1453, el rey Juan II cedió. Don Álvaro fue arrestado en el Castillo de Portillo, juzgado y condenado en un manido juicio que no fue más que una parodia de la justicia. Fue decapitado en cadalso público en la plaza Mayor de Valladolid el 2 de junio de 1453.

Poco después, la gente de Valladolid y algunos nobles llevaron su cuerpo a enterrar al convento de San Francisco, donde él había dejado dicho a los religiosos la noche anterior a su muerte que así lo hicieran. Más tarde, al cuidado casi reverente del que había sido su fiel servidor, Gonzalo Chacón, fueron trasladados a la ciudad de Toledo, donde recibieron tierra definitivamente en una suntuosa capilla en la girola de la catedral, llamada de Santiago y construida a sus expensas. Allí también yacía enterrado su hermano, el arzobispo Don Juan de Cerezuela y reposarían después los restos de su segunda mujer, Doña Juana Pimentel, y otros miembros de su familia.

Ya está. Judgad vosotros a Don Álvaro de Luna.

No me puedo resistir a publicar integro el retrato que, en 1791, se publicó de Don Álvaro de Luna se publicó en el libro "Retratos de Españoles Ilustres". Pero eso... será mañana.
Don Álvaro de Luna

2 comentarios:

  1. Excelente texto, gracias por compartirlo con todos.
    Un saludo.

    David.

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  2. Es de justicia poner encima de la mesa la mayor cantidad posible de datos para que cada uno tenga bases para opinar. Gracias.

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