Cuando el primer despertador suena a las siete cuarenta y cinco de la mañana, remoloneo un poco más y espero que lleguen las ocho. Una visita al baño y comienza nuestro zafarrancho mañanero.
Mientras los niños se quedan arriba desperezándose y recibiendo las órdenes pertinentes yo bajo a la cocina y pongo en marcha los desayunos. Son las ocho y ocho minutos.
Un litro de leche entera en la ThermoMix (una batidora que además calienta) se mezcla con el ColaCao y se calienta a sesenta grados.
Una taza de leche descremada se calienta tres minutos en el microondas.
Ocho tostadas, cuatro de pan normal y cuatro de tipo molde, se van dorando en el horno.
Mientras se prepara todo organizo la mesa en el comedor: tazas, servilletas, galletas...
Cuando vuelvo a la cocina todo está hecho. Son las ocho y cuarto.
En dos minutos más dejo a punto:
Una taza de café instantaneo con leche descremada.
Cuatro ColaCaos batidos y calentitos, de los cuales uno va en taza pequeña.
Dos tostadas de pan de molde con aceite, jamon cocido y queso.
Una tostada de pan de molde con aceite, tomate y migas de atún.
Una tostada de pan de molde con aceite y jamón cocido.
Dos tostadas de pan normal con jamón cocido y queso.
Mas un tentempié mañanero para los que lo necesitan:
Un bocadillo de pan de molde con paté y un batido de fresa o agua.
Otro de pan de molde pero con jamón cocido y queso y un zumo de frutas.
Un bocadillo de pan normal tostado con jamón cocido y queso.
Y ya son las ocho y veinte.
- ¡A desayunar! - grito desde abajo.
Todos bajan las escaleras a la velocidad del rayo... a veces... y nos ponemos a desayunar todos juntos la mayoría de los días. Cada uno a su velocidad, cosa que a veces me produce cierto nerviosismo.
Normalmente a las nueve menos diez ya estamos camino de los colegios y poco a poco en el coche queda menos gente:
Uno se baja sólo a las nueve menos cuatro en el edificio sur. A la otra la acompañamos al edificio norte y cuando ya está dentro nos encaminamos a la Escuela Infantil donde dejamos a la tercera a las nueve y cuarto.
A las nueve y veinte, cuando dejo a mi pareja en su trabajo, ya no hay nadie conmigo. Vuelvo a casa, relajadamente, pensando:
- Hora y media de zafarrancho frenético y ¡Ya estáááááááá!...
Mañana otra vez, si Dios quiere.
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